27 junio 2014

'Mi otro yo': Isabel Coixet tropieza con el cine de terror

Sophie Turner en 'Mi otro yo' (Isabel Coixet, 2013)
La directora juega con cristales y espejos para
explorar el alma desdoblada de la protagonista
Hace años que Isabel Coixet no nos ofrece una de sus grandes películas. De hecho, la envolvente La vida secreta de las palabras (2005), que obtuvo cuatro premios Goya (película, director, guión original y diseño de producción, yendo los tres primeros a manos de la propia Coixet), es su último gran largometraje. Desde entonces, la directora ha participado en algunos documentales de interés —de hecho, tanto el episódico Invisibles (2007, codirigido con Wim Wenders, Fernando León de Aranoa, Mariano Barroso y Javier Corcuera) como el polémico Escuchando al juez Garzón (2011) le han granjeado merecidos premios Goya—, pero sus producciones de ficción (Elegy, 2008; Mapa de los sonidos de Tokio, 2009; y Ayer no termina nunca, 2013) no han conquistado ni a la crítica ni al público.

Isabel Coixet, Sophie Turner y Gregg Sulkin en el rodaje de 'Mi otro yo' (Isabel Coixet, 2013)
La cineasta Isabel Coixet con los jóvenes intérpretes
británicos Gregg Sulkin y Sophie Turner
Lejos queda ya la popular Mi vida sin mí (2003), por la que Coixet ganó su primer Goya (por el guion adaptado) gracias al bello retrato de una mujer (Sarah Polley) dispuesta a completar una lista de "cosas que hacer antes de morir". Lejísimos queda su aclamada segunda película, Cosas que nunca te dije (1996), un peculiar drama romántico coproducido con EE.UU por el que optó al Goya al mejor guion original. Y es que, en su excesiva búsqueda de la originalidad, la cineasta ha perdido a los espectadores e incluso a gran parte de la crítica, pese a que siempre surgen defensores de cada uno de sus films, los cuales rara vez dejan indiferentes.

Póster de 'Mi otro yo' (Isabel Coixet, 2013)
El póster de Mi otro yo desvela
la poca originalidad del film
Mi otro yo (2013), coproducción anglo-española que llega hoy a las salas españolas, es una clara muestra de la confusión creativa que atraviesa la directora barcelonesa nacida en 1960, pues, además de encajar poco en su filmografía, aporta poco o nada nuevo al género de terror, en el que Coixet se embarca por primera vez para adaptar la novela de Cathy MacPhail. Su misión no es otra que conectar con la única parte del público que, probablemente, nunca haya oído hablar de ella: los adolescentes.

Diametralmente opuesto a la otra cinta recién estrenada por Coixet (Ayer no termina nunca), Mi otro yo es una obra que podría firmar cualquiera. Uno de esos muchos films de terror sobre dobles, fantasmas y personajes atormentados que apenas conseguimos distinguir los unos de los otros. Así, entre trucos tan manidos como columpios que se balancean solos, luces frías que se encienden y apagan intermitentemente, fuertes ruidos que impactan en el silencio y obras de teatro que consumen a sus protagonistas, la película se desarrolla sin sorpresas, siendo tan sólo interesante para aquellos ajenos al género (quienes no deben temer acercarse a este film, pues, además de contar con un terror más cercano al de Los otros (Alejandro Amenábar, 2001) que al de [·REC] (Jaume Balagueró y Paco Plaza, 2007), falla estrepitosamente en su transmisión de pavor).

Jonathan Rhys Meyers y Claire Forlani 'Mi otro yo' (Isabel Coixet, 2013)
Las motivaciones de los personajes son todo un
misterio, especialmente las del profesor y la madre
Como ya es común en el cine de terror español (sirvan como ejemplo El orfanato, de Juan Antonio Bayona, 2007, y Los ojos de Julia, de Guillem Morales, 2010, ambas protagonizadas por Belén Rueda), los temores de la vida real se alternan con otros más fantasmagóricos y abstractos. Y es que en este país nos resistimos a despegarnos del cine social, lo cual puede aplaudirse o criticarse según se quiera o no defender el carácter escapista del séptimo arte. Pero el problema de la obra de Coixet a este respecto es que el padre de la protagonista (interpretado por el galés Rhys Ifans, nominado al BAFTA en 2000 por Notting Hill, de Roger Mitchell) atraviesa una enfermedad tan terrible que supera en dramatismo a cualquier otro elemento de la trama; y es que poco importan los fantasmas ante la esclerosis múltiple.

Sophie Turner en 'Mi otro yo' (Isabel Coixet, 2013)
Mi otro yo es el primer film de
Sophie Turner, de 18 años
Ese es quizá el principal problema de una obra donde las acciones de los personajes rara vez se explican de manera satisfactoria (especialmente las de la madre, interpretada sin pena ni gloria por la británica Clare Forlani). Sin duda es el libreto el punto flaco, pero lo cierto es que tampoco el reparto está precisamente brillante. Y eso que abundan los rostros conocidos, pero la mayoría tan sólo está de adorno, como Jonathan Rhys Meyers (sex symbol irlandés lanzado a la fama con el Match Point de Woody Allen en 2005) y Leonor Watling (actriz española presente en las mejores obras de la cineasta que acaba de estrenar la mediocre Amor en su punto, de Teresa Pelegrí y Dominic Hatari). Mención aparte merece la hija de Charles Chaplin, Geraldine Chaplin, a la que sencillamente ya hemos visto demasiadas veces hacer el mismo papel: ¡el uso de su rostro con fines inquietantes es perfecto pero ya lo conocemos! Empero, hay que reconocer que su presencia es siempre interesante y apropiada para acompañar los principiantes rostros de Sophie Turner (en la línea de las populares Jennifer Lawrence y Shailene Woodley, pero por debajo de la segunda y a años luz de la primera) y el guapo Gregg Sulkin, ambos conocidos por series televisivas (ella es Sansa Stark en Juego de Tronos, 2011, y él Wesley Fitz en Pequeñas Mentirosas, 2010).

Sophie Turner y Gregg Sulkin en 'Mi otro yo' (Isabel Coixet, 2013)
La historia de amor entre Sophie Turner y Gregg Sulkin
es poco creíble pero perfecta para el público adolescente
La historia de amor entre los dos jóvenes protagonistas es más propia de una serie estadounidense que de un film británico, pero sin duda hará las delicias del público adolescente. Y, a fin de cuentas, es posible que este sea el único que se emocione con la cinta, así que Coixet hace bien en pensar en él. De todos modos, el pésimo recibimiento que está recibiendo la obra es algo exagerado, pues, pese a todo, resulta entretenida y cuenta con una buena puesta en escena. Sin embargo, la irreverencia que rodea a todos los elementos de la obra, desde la fotografía de Jean-Claude Larrieu hasta la música de Michael Price y, sobre todo, la torpeza de un guion que nunca sabe qué elemento requiere su atención convierten a esta película en prescindible. Quizá  Isabel Coixet debería volver a ver Cosas que nunca te dije, Mi vida sin mí y La vida secreta de las palabras para recordar por qué se ganó nuestro interés. O quizá debería limitarse al terreno documental por un tiempo. Porque, a este paso, su nombre dejará de ser un aliciente.

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